jueves, agosto 24, 2006

Subcomandante

Bruno Marcos
No sé si por una simpatía formal, al aparecer él también encapuchado, o por pura ignorancia universal el Subcomandante Marcos dio un cierto apoyo moral a los terroristas de eta. Ayer, el loco de la colina, ese otro ser extraño que produjo este país transicionario entre la ansiedad y el patetismo para devenir en morboso señorito sevillano, nos ofrecía un recorte de la -para él- mítica entrevista.
Aparecía el subcomandante efectivamente atractivo, ojos soñolientos, piel suave y bronceada, capucha de ribete bien bordado, casaca paramilitar entallada, con aire casual, al igual que la gorra y algún signo vagamente iconográfico. Siempre hablaba en plural, como exorcizando el seguro narcisismo de un caudillo. El loco le preguntó por sus errores y él citó el de eta. Algo debió decir, no sé qué exactamente, pero volvió a meter la pata. Expresó que él desea que los conflictos no se resuelvan con intercambio de violencia, con intercambio de muertes.
Pero, ¿es que nadie le ha dicho a este subcomandante que aquí no ha habido en 25 años intercambio ninguno, que aquí sólo mataba eta? Lo mismito decían los célebres encapuchados que anunciaron la tregua, que había que dar soluciones pacíficas para resolver el problema, como si el único problema no fueran ellos y el negocio que tienen formado en torno al terror.
Para finalizar Marcos saca de debajo del plano la pipa, por si me cabían dudas de que el subcomandante era pura imagen va y saca la pipa. Eso me recordó a la primera vez en la que Nacho conoció a mi padre. Le causó una gran impresión, él mismo se lo contaba a Gustavo: “No habla casi, está arrugadísimo y fuma en pipa”. Como es propio de él aquel halago hubo de cobrármelo añadiendo que yo jamás llegaría a la altura de los zapatos de mi padre. Lo que él no sabía es que, por ejemplo, esa pipa era una invención mía, que yo se la había comprado, que no era consustancial a él sino pura imagen.

miércoles, agosto 23, 2006

Al dios del lugar

Bruno Marcos
El amanecer se filtra por las ventanas después de una noche en duermevela y el teléfono clava su aguja en la claridad. Es un mensajero que trae la escultura de el niño. Me ofrece comprobar que esté en buen estado y yo rehúso, sólo quiero que se vaya y volver a la cama. Deposita la caja que la alberga y yo pienso en que tienen razón, que ahí no puede haber arte, que en esa baqueteada caja que ni siquiera quiero comprobar no puede residir la belleza en cuerpo y alma. Sí, acaso una metáfora, alguna paradoja de andar por casa, pero el arte no.
El niño descabezado sobre una banqueta, aquella escultura de cuando Darío era todo enigma, ahora en el alféizar. Se ha dado una vuelta por todas las ciudades de la comunidad, tratada con mimo, iluminada, custodiada, asegurada y ahora aquí, como un paquete que tal vez tiraré a la basura.
Me vuelvo a la cama dando gracias a un dios imaginario, al dios del lugar, al dios de la casa, al dios de nuestros antepasados por ella que duerme y por ello que duerme y me tiendo entre ambos.

martes, agosto 22, 2006

Sombras

Bruno Marcos
Voy por el paseo que debería llamarse de los tristes. Me cruzo con un cojo, con un anciano sin afeitar con penacho de cabello blanco agitado por la brisa, con otro de traje de invierno en agosto, uno más con esas gafas que venden graduadas al tuntún en el rastro, y así... Y los recortes de conversaciones: “... todos bien -dice uno- menos mi mujer que murió...”, “... entre hermanos -comenta otro más allá- las cosas van estupendamente hasta que se meten de por medio los cuñados...”
Todo un mundo que soñamos pasado, inexistente, revive bajo esos castaños, en esa línea recta paralela al río que parece retar al caminante. Solitarios de sí mismos, muy de mañana, ninguno te devuelve la mirada, jubilados de sí mismos, seres que parecen jamás haber brillado, jamás haber triunfado ni siquiera en el amor. Se saben sombras, sombras que deambulan por la ciudad como de incógnito, tomando los escenarios a deshora, mordisqueando un poco de esplendor al día sin que nadie les note.
Cuando vas de ventanilla en ventanilla porque tienes un recién nacido los funcionarios se muestran mínimamente cordiales, por un instante, casi es imperceptible. Yo no les respondo, no puedo alegrarme con esos personajes de carne kafkiana. Ellos mismos perciben que son seres odiosos, notarios de tanto nacimientos como defunciones o lo que les pongan por delante, perfectamenta anotarían, si fuera menester, fusilamientos o torturas, avistamientos de ovnis, visitas de extraterretres o mutantes, saben que a través de ellos se oficializa la desacralización de la vida, la rutina de las sombras, de las sombras pasajeras. Me duele que toquen el nombre de mi hijo, que retuerzan con sus trazos torpes de un bolígrafo andrajoso las cinco letras de su nombre.
Para entrar en el juzgado tengo que despojarme de todas mis pertenencias metálicas, pero qué mundo es este, un mundo en el que un padre que quiere inscribir a su hijo en el registro civil es sospechoso de hacer volar el universo. Tal vez el inconsciente burocrático se da cuenta, te sugiere, que eres un canalla por sepultar su nombre en esos legajos, por hacerle una sombra.
Atravieso el río, la naturaleza aflora por las grietas del paseo que una subvención despistada construyó contra el curso del mundo, el lugar quiere volver a sí mismo, nada lo para, pero qué me importan a mí todos los lugares del mundo, ni siquiera este que pisan mis pies. Decía Luis Cernuda: “Cuando arde el sol en las playas del mundo./ Mas ¿qué importan a mi vida las playas del mundo?/ Es esta solamente quien clava mi memoria”. A mí ni siquiera esta me importa.
Enciendo el televisor después de tantos días y unos cuantos se pasean por las ruinas de Beirut. Son bloques de viviendas, manzanas enteras de pisos como los nuestros destrozados por las bombas. Me imagino que aquí, de pronto, alguien bombardease mi casa, todas nuestras cosas que con minuciosidad hemos estado colocando al margen del mundo. Nadie respondería, ni seguros, ni gobiernos, ni culpables, como en Líbano nos habrían destrozado todo, acaso asesinado, y todo quedaría impune.
Aquí o allá, en Líbano, en Irak, en Afganistán, en Londres, en Atocha, en Nueva York, aquí o allá, en cualesquiera lugares del mundo lo que muere es pueblo, sombras.

jueves, agosto 17, 2006

Puerperio



















Bruno Marcos
Estamos en un periodo inconcreto, fuera del espacio y el tiempo, despiertos durante horas nocturnas, dormidos por los rincones más inverosímiles. Nadie puede imaginar cuánto ruido hacen las cosas de su casa hasta que pende sobre él la espada de Damocles del llanto de un recién nacido. Me estoy transformando en ese animalillo flemático, ceremonioso, estoico e impasible que trepa por los árboles a cámara lenta y que apodamos perezoso. Descalzo, mal dormido y mal despierto, a medio vestir o a medio desvestir, me desplazo sigilosamente y como en una compulsión cinematográfica me recreo en las imágenes congeladas de mi propio cuerpo retrepando por los muebles hasta alcanzar el lecho, como si ese desplome fuera siempre el definitivo abrazo de morfeo pero del que, ineluctablemente, he de levantarme a los pocos minutos 8, 10, 20 veces.
Y el susurro a todas horas, incluso el otro día al ir a inscribir al niño en el registro le susurré a la funcionaria que me contestó con un pitido.
Es sorprendente que una persona tan reservada como yo, tan tímida, tenga tantos amigos. Enciendo el teléfono de rato en rato y no paran los mensajes de felicitación. Gracias a todos.
Bliset me acusa de percibir mi incipiente paternidad como un revisionismo, desde mi propio biografismo. Tiene razón y en cierto modo me alegro de haber reconocido ese narcisismo vicario a tiempo (véase la cita de Umbral de ayer). No obstante el yo sufre una retirada arrasadora después de la paternidad, el yo, tan costosamente construido a lo largo de lustros, se siente como pasajero en un barco a la deriva agarrándose a los palos en plena marejada de llantos y lactancias. Tal vez ese es otro regalo, dejarse naufragar del yo.

miércoles, agosto 16, 2006

Vida elemental

Bruno Marcos
Dice Josep Pla en su dietario, Madrid 1921 -con un poco más de 20 años- : “¡Qué cosa más seca, más ingenua, más triste, más insatisfactoria resultan la cultura y todos los libros del mundo y el arte y tantas otras cosas ante un hecho de vida elemental!”
Ayer sostuve la cara de Darío frente a la mía y le lancé un beso, él respondió con algo parecido, un chasquido de su boca, solitario, entre dos silencios largos. Yo lo consideré un beso. El azar de sus gestos está sembrado de mensajes. Este beso enlaza con otro de hace 35 años, el que cuenta mi madre que yo intentaba darle también de bebé, levantando el cuello hacia ella para corresponder a los suyos. Tanto Darío como yo tal vez tan sólo hicimos un gesto más, un esfuerzo extraviado por buscar alimento. Tiene 9 días. Pero, ante este beso aunque sea imaginado por un padre o una madre encandilados, ¿dónde queda todo lo demás, las mil y una complejidades del mundo arrumbadas como naderías?
Dice Umbral que el hijo recién nacido sirve para vivir uno mismo su tiempo de recién nacido por el cual pasa inconscientemente, y tal vez sea cierto.

lunes, agosto 14, 2006

Perseidas

Bruno Marcos
Salgo al balcón, dicen que en esta noche se avistarán lluvias de estrellas. En el de la calle no veo nada, un azul plano y sombrío en el que reverberan kilómetros de farolas. Me asomo al del patio y en él sí hay estrellas, pero están fijas, como colgadas en un confín remoto e inalterable, un poco absurdas y un poco eternas. Me gusta que no se muevan. Parece que sostuvieran este presente que se sueña eterno. A pocos metros Darío duerme sin saber que hay un universo entero inexpugnable. Huele bien, es suave, blando, emana calor y llora porque tiene hambre. No queremos pensar en que el sexo es una cosa metafísica pero ahí está él como producto, respira, sueña con leche bajo la Vía Láctea.
Las estrellas fugaces como las Perseidas son en realidad pequeñas partículas de polvo cósmico de diversos tamaños -algunas más pequeñas que un grano de arena- desprendidas de algún cometa que lleva cientos de años desintegrándose. El nombre de Perseidas viene de Perseo porque parecen provenir de esta constelación, aunque son fenómenos que tienen lugar en las capas altas de la atmósfera y no se sabe con certeza su origen. Al rozar la atmósfera dejan un trazo luminoso.
A veces uno piensa que los astrónomos nos toman el pelo, que dicen esas cosas para impresionarnos y que seguramente no saben nada, que son personas con un gran imaginación.

viernes, agosto 11, 2006

Nació Darío

Bruno Marcos
El día 5 nació Darío. A las seis de la mañana, con el cielo estrellado, fuimos hasta la clínica y nos instalaron en una habitación con un espacio para ella y un saloncito para mí.
Los latidos de Darío amplificados acompañaron el amanecer y sonaron hasta el mediodía.
Cuando se la llevaron al quirófano estuve a punto de venirme abajo. Como lo decidieron de súbito estuve algunos minutos solo, dando vueltas intentaba no romper a llorar, deambulaba con esa sensación de tan enorme desolación que produce una habitación cuando queda vacía de su paciente. El miedo nunca se va de mi vida.
A los pocos minutos llegaron mis suegros y momentáneamente me tranquilicé hasta ver que estaban incluso peor que yo, que los músculos de la cara de él estaban desencajados, que habían perdido la conexión unos con otros. Al principio del embarazo me sentía fuerte, indestructible, hercúleo, como inmerso en una fuerza de la naturaleza y, en el parto, minúsculo, balbuciente.
En apenas 20 minutos ya estaba Darío allí, muy oscuro, negro, estaba preparado para que estuviera morado, rojo, incluso amarillo, pero negro no, pensé, por un segundo, que no era él pero enseguida me di cuenta de que tenía que tratarse de mi hijo pues no había nadie más naciendo en ese momento. A los 5 minutos dejó de parecer africano.
Él era la persona que estaba al otro lado de la barriga durante estos 9 meses, el que respondía a mis señales a través de la piel con una patada, el de las ecografías, él es el punto que latía.
Ahora su voz, su lloro breve no sé si viene del pasado o del futuro, del origen o del porvenir, seguramente ambas cosas, origen y destino, sean la misma cosa.
Ellos dicen que se parece a mí en los ojos rasgados, apenas los abre, no sabe lo que es el día ni lo que es la noche, hoy vio el cielo. Se pasan sus primeros días inaugurando el mundo, ahora un árbol, luego el coche, más tarde cada habitación de la casa...
En su primer día de vida pensé que todo lo que había meditado no valía de nada, que, sólo, eran pensamientos y que la realidad era otra cosa, que esa realidad que era él venía desde lo eterno, desde el mismísimo Dios.
Cuando se fueron todos, como ella no podía levantarse de la cama, me pasé toda la noche en vela cogiéndole en brazos, comprobando que respiraba, consolándole y, entre todo esa angustia, con la luz tenue y los susurros, allí estalló, entre mi cara y la suya, nuestra intimidad.
Tal vez, como dijo el pediatra señalándole, es puro ello que diría Freud, puro instinto, pero que ello más precioso.

viernes, agosto 04, 2006

El rostro

Bruno Marcos
Creo que era Miguel Marías el que dijo que sólo por lo que el cine nos ha dado de conocimiento del rostro humano deberíamos estarle agradecidos.
Finalmente me hice con los dvds de Vientos de Agua. En el último episodio, después de bastantes altibajos narrativos, Campanella centra el final en la vuelta de Héctor Alterio, interpretando a Andrés Olaya, a su pueblo asturiano encaramado en borrascosos montes horadados por la mina.
Lo más sorprendente es que, en el momento en el que Héctor ve por primera vez el pueblecito, desde lo alto, después de 70 años en la Argentina, casi no se nos muestra lo que él observa sino solamente la transformación del rostro del actor.
Alguien que no hubiera seguido la serie sabría exactamente lo que ese anciano está contemplando, sabría que se trata del dolor que alguien siente al descubrir algo que tan sólo estaba ya en su memoria, algo destruido que emerge frente a uno para decirle que, como ello, él es igualmente fantasmal, que el hecho de que siga vivo es algo tétrico.
De hecho, Campanella soluciona su final con una procesión a lo Pedro Páramo de los fantasmas de los personajes de la vida de Andrés.
Bill Viola hacía algo similar en algunas de sus obras: Actores que rompían en dolor al pasar ante la cámara. Nadie sabe lo que se contempla pero la reacción en esos rostros lo hace evidente.
Al fin Andrés Olaya resiste a las llamadas de los muertos y sigue viviendo para coger en sus brazos a su nuevo nieto, no si antes saborear la venganza al contemplar al franquista asesino de su familia, solo y enfermo sufriente, orinarse encima ante el miedo a ser ajusticiado por los fantasmas víctimas de sus crímenes.

miércoles, agosto 02, 2006

Mamarrachadas

Bruno Marcos
El más extraño defensor de mi obra está resultando ser mi padre.
Nos acercábamos en coche a la ciudad y, contemplando las montañas, dijo:
“... y el sol... iluminando el paisaje... un año tras otro... siempre igual...”. En sus palabras no dejaba de haber un cierto tono de reproche, como si el universo, repitiéndose a sí mismo, fuese un aburrimiento. Después de un silencio cambió de tema:
-Me dijo un amigo mío que seguía toda tu obra, todas las cosas que hacías, por el periódico.
-Y, ¿qué más te comentó?
-No, nada, que si eras el pequeño y le dije que sí.
-Y, ¿qué más?
-No, nada más, bueno, déjame pensar... me preguntó que qué pensabas del arte de ahora.
-Y, ¿qué le contestaste?
-Que tú estabas en contra del arte contemporáneo.
-Y, ¿qué le pareció?
-Que en las exposiciones que él había visto tuyas no se notaba eso sino todo lo contrario.
Yo le respondí que, como hoy se presentan estas cosas, te ves obligado a hacerlo tú también.
-Ya, esa es la teoría que tienes sobre mí, ya la conocía, y tienes razón, yo soy partidario de la belleza, en este mundo se la quieren cargar como hicieron con la religión y con el espíritu para que sólo mande el dinero. Mira a Picasso, desde pequeño sabía pintar maravillosamente y le forzaron a pintar mamarrachadas.
-Efectivamente, sí, sí...